John Brockman se lamentaba en 2010, coincidiendo con la erupción de un volcán islandés de nombre impronunciable, que las decisiones técnicas que se tomaban respecto de la seguridad en los vuelos aéreos del continente europeo resultaban, como poco, erráticas y no basadas en el conocimiento científico. Porque no basta con el sentido común o la experiencia. En cuestiones de gran envergadura se requiere conocimiento. De ahí la frase lapidaria que escribió Brockman en su blog The Edge (www.edge.org) : “The world is discovering that an important profession is missing: Scientifically trained political decision makers” (el mundo está descubriendo que una profesión importante ha desaparecido: la del responsable de decisiones políticas con formación científica).
Algunos países, algunos políticos, conscientes de tan grave pérdida, han intensificado y organizado la presencia de asesores científicos en sus estructuras de gobierno. No se trata de disponer de opinadores o expertos. Se trata de auténticos agentes de conocimiento que, como tales, deben ser comprendidos y protegidos, al igual que su labor. Su cometido no es enseñar ciencia, ni hacer política, sino suministrar el conocimiento exacto para hacerla.
A finales de agosto de 2014, se celebró en Auckland, Nueva Zelanda, una reunión de los asesores científicos de 51 países, entre los cuales, las mayores potencias económicas y científicas mundiales. En ese encuentro, que puede recuperarse en el portal del encuentro (www.globalscienceadvice.org/) y en el blog que abrió para seguir las jornadas el prestigioso y siempre atento a la ciencia The Guardian.(www.theguardian.com/science/political-science/2014/aug/26/principles-politics-scientific-advice), se debatieron intensamente las bases de lo que muy probablemente serán las políticas científicas (un concepto mucho más amplio que el de “políticas de subvención de la ciencia”) que seguirán gran parte de los líderes mundiales los próximos años y de las que dependerán el despliegue de la sociedad del conocimiento. Esta información, vital para la planificación y estrategias de universidades, centros de investigación, grandes compañías y expertos, ha tenido una difusión en medios generalistas y especializados más bien escasa, cuando no nula, y la noticia de su celebración ha sido tratada con una cierta indiferencia por la mayoría de los comunicadores.Quede aquí constancia del evento y sus conclusiones para que puedan ser consultadas por quien esté interesado en ellas y crea que la sociedad del conocimiento no es una revelación celestial que recibiremos en el momento más inesperado, sino el fruto del esfuerzo colectivo en el que cada vez cobrará más importancia la confluencia, puede que brusca y no exenta de polémica, de la ciencia y la política.
jueves, 27 de noviembre de 2014
martes, 21 de octubre de 2014
FABRICAR EN LA ECONOMÍA DEL CONOCIMIENTO
Ante las expectativa del "paisaje tras las crisis”, hay una discusión en marcha sobre si puede fundamentarse una economía en la transacción del conocimiento, o si esta posibilidad no es más que la penúltima fechoría del neoliberalismo. Más allá de especulaciones y teorías políticas, la verdad es que la economía del conocimiento se está abriendo camino, Y por puertas insospechadas.
Dada la dificultad de encontrar una definición consistente y comprensible, no descriptiva, de la economía del conocimiento, el ingenio “popular” ha ideado varios tópicos sobre ello. Quizás el más logrado es que dice “economía del conocimiento es aquella en que compras el manual de instrucciones y te regalan la aspiradora”. La feliz ocurrencia tiene mucha más relación con la actualidad de lo que parece. Porque la economía del conocimiento así entendida representa revolucionar el paradigma de la fabricación, que ya se ha iniciado con la impresión 3D.
Las impresoras 3D permiten fabricar cualquier objeto, estructura, alimento o medicamento, simplemente disponiendo de una impresora. Lo único que verdaderamente se necesita son los “planos” para la impresión. Es decir, el conocimiento. La impresora y la destreza del usuario (en según qué casos), hacen el resto. En todo ese proceso, que implica diversas transacciones, lo realmente valioso es el manual de instrucciones, es decir, la plasmación del conocimiento en información y empieza a florecer una economía fundada en la creación e innovación de dicha información.
Pero hay más. La socialización del instrumental necesario para la fabricación, se está convirtiendo en una nueva red social, en la que los propietarios de impresoras 3D (cada vez más numerosos, ya que puede obtenerse una impresora 3D aceptable por unos 500 €, y si es en kit montable, menos) ponen al servicio de los potenciales usuarios sus máquinas a través de redes en internet que situan las máquinas sobre el mapa de la ciudad. Un ejemplo de estas nuevas redes, que se extienden ya por Europa, es http://www.print3dworld.es/. Se trata realmente de conocimiento compartido, que además genera otras experiencias de conocimiento compartido. Un caso reciente de ese fenómeno de progresión colaborativa es el robot Poppy, un androide fabricable con una impresora 3D que incorpora un sistema informático basado en la plataforma de hardware abierto Arduino (https://www.poppy-project.org/). Las funcionalidades del robot, que fue creado con finalidades pedagógicas, son personalizables, por lo que los propietarios pueden intercambiar información e innovaciones de sus modelos en una red creada a tal efecto (https://forum.poppy-project.org/).
Dada la dificultad de encontrar una definición consistente y comprensible, no descriptiva, de la economía del conocimiento, el ingenio “popular” ha ideado varios tópicos sobre ello. Quizás el más logrado es que dice “economía del conocimiento es aquella en que compras el manual de instrucciones y te regalan la aspiradora”. La feliz ocurrencia tiene mucha más relación con la actualidad de lo que parece. Porque la economía del conocimiento así entendida representa revolucionar el paradigma de la fabricación, que ya se ha iniciado con la impresión 3D.
Las impresoras 3D permiten fabricar cualquier objeto, estructura, alimento o medicamento, simplemente disponiendo de una impresora. Lo único que verdaderamente se necesita son los “planos” para la impresión. Es decir, el conocimiento. La impresora y la destreza del usuario (en según qué casos), hacen el resto. En todo ese proceso, que implica diversas transacciones, lo realmente valioso es el manual de instrucciones, es decir, la plasmación del conocimiento en información y empieza a florecer una economía fundada en la creación e innovación de dicha información.
Pero hay más. La socialización del instrumental necesario para la fabricación, se está convirtiendo en una nueva red social, en la que los propietarios de impresoras 3D (cada vez más numerosos, ya que puede obtenerse una impresora 3D aceptable por unos 500 €, y si es en kit montable, menos) ponen al servicio de los potenciales usuarios sus máquinas a través de redes en internet que situan las máquinas sobre el mapa de la ciudad. Un ejemplo de estas nuevas redes, que se extienden ya por Europa, es http://www.print3dworld.es/. Se trata realmente de conocimiento compartido, que además genera otras experiencias de conocimiento compartido. Un caso reciente de ese fenómeno de progresión colaborativa es el robot Poppy, un androide fabricable con una impresora 3D que incorpora un sistema informático basado en la plataforma de hardware abierto Arduino (https://www.poppy-project.org/). Las funcionalidades del robot, que fue creado con finalidades pedagógicas, son personalizables, por lo que los propietarios pueden intercambiar información e innovaciones de sus modelos en una red creada a tal efecto (https://forum.poppy-project.org/).
Si alguien duda de que esta va a ser la nueva manera de producir mediante el conocimiento, no tiene más que darse una vuelta hoy por algunas de las tiendas de juguetes de moda, en las que podrá ver carteles como el adjunto (véase más información en www.imaginieer.com) invitando a los niños a diseñar los “planos” de sus juguetes vía email, para que se los impriman en 3D y envíen a su domicilio.
Empieza a perfilarse lo que será una nueva clase cognitiva entre los nativos digitales, una clase cuya relación con el conocimiento, la producción y el consumo se basará en nuevos paradigmas, motor de transformación hacia una nueva sociedad.
Empieza a perfilarse lo que será una nueva clase cognitiva entre los nativos digitales, una clase cuya relación con el conocimiento, la producción y el consumo se basará en nuevos paradigmas, motor de transformación hacia una nueva sociedad.
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