miércoles, 30 de marzo de 2016

BAJO EL PESO DE UNA DEFINICIÓN


La presencia cada vez mayor de la ciencia en el progreso de las sociedades, desde las grandes decisiones políticas a la vida cotidiana, desde la ciencia básica a las aplicaciones en salud y tecnología, requiere de una atención especial por parte de quienes administran el poder, en todos sus escalones. Gestionar ese potencial, siempre transversal y frecuentemente difuso requiere del planteamiento de una política específica denominada política científica.
A poco que nos sinceremos, deberemos reconocer que lo desconocemos todo de la política científica. Para empezar, el nombre de esa joven disciplina: una incómoda traducción de science policy. Respecto de su definición, podemos recurrir a la wikipedia, y comprobaremos que ni tan solo se ha traducido el artículo que aparecen la versión inglesa  a ninguna lengua latina.

En síntesis viene a decir que la política científica  es un área de la política que se ocupa de la conducción de la R+D, incluida la financiación de la ciencia, frecuentemente en cumplimiento de otros objetivos generales que van de la innovación tecnológica a la asistencia sanitaria y el medio ambiente (toda una demostración de la transversalidad de la ciencia). Hay, además, una segunda acepción, enormemente interesante: política científica es la aplicación de los conocimientos científicos y el consenso en el desarrollo de las políticas públicas. Lo que nos viene a decir, que hay “otra” manera de hacer política, mediante la aplicación de los conocimientos científicos. Y es en esa acepción que se abren enormes expectativas para las organizaciones científicas.
 

[Que está al alcance de cualquiera lo indica https://en.wikipedia.org/wiki/Science_policy]