Contemplamos como los políticos “hacen su ciencia” (polítical science) con unas premisas ancladas en las décadas centrales del siglo XX, desatendiendo al menos una evidencia: que las ciencias políticas deben integrar cada vez más y cada vez con más intensidad las políticas científicas. ¿Es posible hoy, por ejemplo, practicar la diplomacia sin disponer de un contexto de análisis masivo de datos (big data)?, ¿son realistas las previsiones sobre recursos de salud pública sin conocer las evoluciones de las enfermedades emergentes? Hablamos, pues, de ir sin solución de continuidad de la ciencia a la política y viceversa. ¿Es posible, en definitiva, gestionar la política sin usar la ciencia como instrumento de interpretación de la realidad?
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