domingo, 19 de julio de 2015

EL FLUJO DE LA INFORMACIÓN CIENTÍFICA. EL MODELO DE LAS 3V

La ciencia es actualmente la principal fuente de conocimiento, y una parte importante de esa posición  se debe a su voluntad de diseminación, que radica en la propia definición e incluso naturaleza de la ciencia. Difundir los conocimientos científicos no empieza a realizarse de forma sistemática hasta los inicios del siglo XVII. Kepler, Galileo y Newton perseguían con sus escritos lo mismo que los científicos actuales con los suyos: compartir los hallazgos con el resto de la comunidad científica en busca de la crítica, el reconocimiento o el debate. Se trata de una difusión restringida a un colectivo reducido y experto, con un claro propósito de Validación. Cuando la evolución de las sociedades occidentales reposicionaron a los científicos y sus actividades dejaron de estar protegidas por mecenas e instituciones públicas y filantrópicas, surgió la necesidad de exponer a la sociedad en general los resultados de su trabajo, en busca de una posición y reconocimiento social que facilitase la continuidad de su labor. Para ello, los científicos, de buen grado o por fuerza, y con ayuda de profesionales y medios de comunicación, se comprometieron con la Vulgarización de la ciencia (palabra que ha adquirido incomprensiblemente tintes peyorativos pero que expresa con exactitud el fenómeno). También esta actividad continúa en la actualidad y está siendo un factor importante para conseguir una mayor popularidad y reconocimiento de la ciencia y los científicos. En la última década ha aparecido con claridad la necesidad de que la ciencia se articule con los procesos creativos y productivos que constituyen una de las bases de las sociedades contemporáneas. No es suficiente con identificar la ciencia como generadora de conocimiento, es necesario explicitar los beneficios que aporta o aportará a la sociedad. Se trata de transmitir a los principales actores de esas actividades creativas y productivas la Valorización de la ciencia mediante un lenguaje y formalidad específicos, como lo son los lenguajes de la validación y de la vulgarización.
Si la validación requiere disponer del conocimiento generado, la vulgarización requiere convertir el conocimiento en noticia y la valorización poner en evidencia las expectativas que despierta ese conocimiento.

La evolución del proceso de traslación de la ciencia a la sociedad pasa, por tanto, por la implantación y consolidación del modelo que denominamos de las “3V”, en el que validación, vulgarización y valorización requieren de la máxima atención como elementos centrales de la actividad científica y no como actividades laterales, suntuarias y toleradas. Toda organización que persiga el éxito en la excelencia científica deberá ser capaz de que su mensaje circule de forma constante y fluida a través de los tres canales.

Sin embargo, las 3V no son suficientes para posicionar un proyecto científico e integrarlo en una sociedad del conocimiento. Un solo vistazo a los flujos de información entre los ámbitos de la ciencia y la sociedad (véase el gráfico siguiente) nos proporciona dos evidencias: que se trata de tres flujos paralelos, que circulan independientes, y que la información transita únicamente en un sentido.

Respecto de la primera evidencia, una completa gestión del conocimiento requiere mantener los tres canales de comunicación activos, lo que comporta un notable esfuerzo para cualquier entidad, difícilmente eficaz y asumible si no se consigue organizar, planificar y sincronizar adecuadamente los tres flujos.

En cuanto a la unidireccionalidad de la información, es imprescindible encontrar formas de que el conocimiento fluya en sentido inverso, que equivale a decir que los ciudadanos participen en todas y cada una de las etapas de desarrollo de la ciencia. Porque las sociedades maduras no son simples depositarias del conocimiento sino que son capaces de involucrarse en su generación y gestión, facilitando la aparición de una auténtica ciencia colaborativa. Las políticas e instrumentos para el desarrollo de la investigación e innovación responsables (RRI) son una garantía de retorno y, por tanto, su implantación deberá igualmente ser objetivo de las organizaciones científicas, conjuntamente con las 3V.

miércoles, 24 de junio de 2015

LA CIENCIA EN LAS PORTADAS O EL MITO DE LA IRRELEVANCIA (y II)

No abunda la ciencia en las portadas de los grandes medios (ni en las de los modestos). Siempre hay un hecho luctuoso, un desastre natural, una cuestión sexual, un escándalo financiero y/o deportivo capaz de arrebatar la primacía a la mejor noticia sobre ciencia. Cierto que hay un premio de consolación: el espectáculo. Cuando la ciencia se torna espectacular (grandes instalaciones, grandes efectos audiovisuales), se asegura la atención de la sociedad. Pero los presupuestos de la ciencia sólo le permiten esas victorias en contadas ocasiones. Son presupuestos que no pagan portadas, y el coste de una portada no permite correr el riesgo de recoger información “potencialmente irrelevante”.

Tal vez, la cuestión no sea la dificultad de comunicar el conocimiento científico, sino las prioridades de qué comunicar. A la luz del listado de los  artículos citados en el post anterior, parece claro que no siempre la mejor ciencia y la más efectiva es la que mejor comunica, y aquí también, como en otros campos, las anécdotas tiran de todo el conjunto. Las anécdotas, sin embargo, aportan raciones escasas de conocimiento.

Apreciar una investigación científica es lo más parecido a apreciar una pieza musical del repertorio clásico: se requiere haber adquirido la cultura adecuada. De lo contrario, nos dejaremos arrastrar por la vistosidad de los decibelios e ignoraremos el mensaje del contrapunto.

Cuando se prioriza la anécdota, la metáfora, lo que queda en evidencia es la falta de cultura científica, y ese déficit no se palia, y menos corrige, a base de notas de prensa. La comunicación científica debería aportar evidencias inequívocas de que nuestra realidad individual y social es intrínsecamente deudora de la ciencia hasta las últimas consecuencias. Y puesto que esto no suele destacarse, sino todo lo contario, relativizarse, acaban aflorando conductas colectivas poco propicias a la ciencia. 

Para constatar esa falta de sintonía no es necesario rebuscar en  encuestas ciudadanas: hay un movimiento que seduce a un numero creciente de personas, incluidos expertos y responsables de las políticas científicas que soportamos, un movimiento que ha suprimido ya de sus discursos el término “sociedad del conocimiento” por considerarlo “desgastado”, como si se tratara de un concepto protésico, o peor, de un jingle que puede introducirse o extirparse, sin mayores consecuencias, de las mentes ciudadanas.

Desterrar la ciencia de las portadas con la excusa del coste de la irrelevancia es un error que puede costarnos muy caro, pero considerar la ciencia como un bien a soportar, caduco y sin atractivo, pasado de moda, nos aboca al abismo de la ignorancia, nos aleja del modelo de sociedad basada en el conocimiento y nos condena a una aterradora mediocridad colectiva (que hace tiempo merodea por numerosas pantallas…).

martes, 16 de junio de 2015

El TOP 100 DE LOS ARTÍCULOS DE CIENCIA EN 2014 O EL MITO DE LA IRRELEVANCIA (I)



Existe una leyenda urbana que asegura que los oficios de la ciencia y de la comunicación son casi inmiscibles, cuando no irreconciliables. Aseguran que los respectivos profesionales que las ejercen se observan de reojo y se propinan mutuos reproches, lo que condena a una palpable irrelevancia la comunicación científica en el tumultuoso río de la información diaria.

La enorme cantidad de información y documentación que se genera en la interficie entre ciencia y comunicación, sin embargo, parece desmentir esa consecuencia. El flujo de información sobre ciencia que tiene a su disposición cualquier sociedad occidental aumenta cada día de manera sostenida en calidad y cantidad. Crece, eso sí, en los nuevos medios de comunicación y en las redes sociales, y con dificultad en los grandes medios, escritos o audiovisuales. En cualquier caso, es un balance positivo.


El análisis del efecto que ese flujo informativo ejerce sobre la ciudadanía ya no arroja, sin embargo, un saldo tan optimista. Tal vez  porque transmitir conocimiento no es lo mismo que comunicar conocimiento y esto último parece convertirse en una tarea ímproba cuando  lo que se comunica poco tiene que ver con la ciencia que se desarrolla día a día en universidades y centros de investigación.

No hay más que consultar el “top 100” de los artículos de ciencia más difundidos por los medios durante 2014 para comprobar que la ciencia disfruta de los mismos tópicos en su comunicación que cualquier otra actividad (http://www.altmetric.com/blog/altmetric-top-100-2014/).

 Es decir, que lo que parece interesar al público es lo más sorprendente, lo más sencillo de comprender, lo más relacionado con la propia condición humana, que es tanto como decir con las emociones. Y puesto que la ciencia no suele ser sencilla y deja pocos resquicios emocionales, se aleja de las grandes avenidas del interés público.


En la medida en que los responsables de los medios de comunicación se erigen en reinterpretadores de las noticias científicas con el bienintencionado fin de darles visibilidad, la ciencia permanecerá en el cajón de las noticias livianas, prescindibles, puede que curiosas, pero no relevantes.

Resulta paradójico, pero en pleno siglo xxi la ciencia impregna nuestra cotidianidad a través de innumerables conceptos y aplicaciones, pero está prácticamente ausente, cuando no proscrita, de nuestro conocimiento.

lunes, 20 de abril de 2015

LA CIENCIA NO NECESITA METÁFORAS


Esta afirmación, que puede sonar contundente, no es más que una mistificación de otra más categórica y por ello, más certera: la ciencia difícilmente admite divulgación.

El ejemplo:
Ernesto Sábato describe en uno de sus ensayos a un físico que trata de explicar a un amigo qué es la relatividad. Empieza hablando de curvatura, tensores y geodésicas, pero se ve obligado a rebajar poco a poco el nivel del discurso para que su interlocutor entienda; al final solo quedan trenes y cronómetros. «¡Ahora sí entiendo la relatividad!», exclama, entusiasmado, el amigo. «Sí, pero ahora ya no es la relatividad», responde apesadumbrado el físico.

Si eso es así, qué potente atractivo hay tras las metáforas que aparecen como la piedra Rosetta de supuestos jeroglíficos científicos cuando, de hecho, nos alejan del significado.

El concepto:
Parece que diversas ramas de la ciencia, en especial de la física y la matemática moderna solo pueden llegar al gran público, ser comprendidas, a través de metáforas, esas ingeniosas construcciones verbales que iluminan transversalmente nuestra mente. Pero no es más que una burda leyenda urbana propagada por quienes potencian el negocio de la exegesis. Y, por bellas que sean, aunque conecten áreas distintas del cerebro, «las metáforas están condenadas a desvirtuar teorías cuya comprensión requiere años de aprendizaje». Este lamento, pronunciado por Platón (sí, ¡el conflicto tiene al menos 25 siglos!), nos remite a la raíz de la incomprensión del hecho científico.

Hay un malentendido que surge con la llamada “cultura del esfuerzo”, que no es la cultura del sufrimiento, como pretenden, sino la cultura de la evolución, del entusiasmo, la más noble forma de la energía humana.

La reflexión:
De hecho, las metáforas irrumpen en la divulgación de la ciencia cuando el público al que va dirigida quiere comprender sin aprender, llegar al conocimiento (a algún tipo de conocimiento) sin realizar el esfuerzo de internalizarlo, que es la acción necesaria, imprescindible, para cambiar, para evolucionar.
Hay que preguntarse, por tanto: si no esperamos evolucionar, ¿para qué queremos acceder al conocimiento? El recurso constante a un resorte emocional en el aprendizaje paraliza progresivamente nuestra comprensión y nos aboca a la extinción.

¿Olvidaremos que evolucionar es condición imprescindible para no desaparecer y la ciencia el instrumento necesario para progresar?