miércoles, 24 de junio de 2015

LA CIENCIA EN LAS PORTADAS O EL MITO DE LA IRRELEVANCIA (y II)

No abunda la ciencia en las portadas de los grandes medios (ni en las de los modestos). Siempre hay un hecho luctuoso, un desastre natural, una cuestión sexual, un escándalo financiero y/o deportivo capaz de arrebatar la primacía a la mejor noticia sobre ciencia. Cierto que hay un premio de consolación: el espectáculo. Cuando la ciencia se torna espectacular (grandes instalaciones, grandes efectos audiovisuales), se asegura la atención de la sociedad. Pero los presupuestos de la ciencia sólo le permiten esas victorias en contadas ocasiones. Son presupuestos que no pagan portadas, y el coste de una portada no permite correr el riesgo de recoger información “potencialmente irrelevante”.

Tal vez, la cuestión no sea la dificultad de comunicar el conocimiento científico, sino las prioridades de qué comunicar. A la luz del listado de los  artículos citados en el post anterior, parece claro que no siempre la mejor ciencia y la más efectiva es la que mejor comunica, y aquí también, como en otros campos, las anécdotas tiran de todo el conjunto. Las anécdotas, sin embargo, aportan raciones escasas de conocimiento.

Apreciar una investigación científica es lo más parecido a apreciar una pieza musical del repertorio clásico: se requiere haber adquirido la cultura adecuada. De lo contrario, nos dejaremos arrastrar por la vistosidad de los decibelios e ignoraremos el mensaje del contrapunto.

Cuando se prioriza la anécdota, la metáfora, lo que queda en evidencia es la falta de cultura científica, y ese déficit no se palia, y menos corrige, a base de notas de prensa. La comunicación científica debería aportar evidencias inequívocas de que nuestra realidad individual y social es intrínsecamente deudora de la ciencia hasta las últimas consecuencias. Y puesto que esto no suele destacarse, sino todo lo contario, relativizarse, acaban aflorando conductas colectivas poco propicias a la ciencia. 

Para constatar esa falta de sintonía no es necesario rebuscar en  encuestas ciudadanas: hay un movimiento que seduce a un numero creciente de personas, incluidos expertos y responsables de las políticas científicas que soportamos, un movimiento que ha suprimido ya de sus discursos el término “sociedad del conocimiento” por considerarlo “desgastado”, como si se tratara de un concepto protésico, o peor, de un jingle que puede introducirse o extirparse, sin mayores consecuencias, de las mentes ciudadanas.

Desterrar la ciencia de las portadas con la excusa del coste de la irrelevancia es un error que puede costarnos muy caro, pero considerar la ciencia como un bien a soportar, caduco y sin atractivo, pasado de moda, nos aboca al abismo de la ignorancia, nos aleja del modelo de sociedad basada en el conocimiento y nos condena a una aterradora mediocridad colectiva (que hace tiempo merodea por numerosas pantallas…).

martes, 16 de junio de 2015

El TOP 100 DE LOS ARTÍCULOS DE CIENCIA EN 2014 O EL MITO DE LA IRRELEVANCIA (I)



Existe una leyenda urbana que asegura que los oficios de la ciencia y de la comunicación son casi inmiscibles, cuando no irreconciliables. Aseguran que los respectivos profesionales que las ejercen se observan de reojo y se propinan mutuos reproches, lo que condena a una palpable irrelevancia la comunicación científica en el tumultuoso río de la información diaria.

La enorme cantidad de información y documentación que se genera en la interficie entre ciencia y comunicación, sin embargo, parece desmentir esa consecuencia. El flujo de información sobre ciencia que tiene a su disposición cualquier sociedad occidental aumenta cada día de manera sostenida en calidad y cantidad. Crece, eso sí, en los nuevos medios de comunicación y en las redes sociales, y con dificultad en los grandes medios, escritos o audiovisuales. En cualquier caso, es un balance positivo.


El análisis del efecto que ese flujo informativo ejerce sobre la ciudadanía ya no arroja, sin embargo, un saldo tan optimista. Tal vez  porque transmitir conocimiento no es lo mismo que comunicar conocimiento y esto último parece convertirse en una tarea ímproba cuando  lo que se comunica poco tiene que ver con la ciencia que se desarrolla día a día en universidades y centros de investigación.

No hay más que consultar el “top 100” de los artículos de ciencia más difundidos por los medios durante 2014 para comprobar que la ciencia disfruta de los mismos tópicos en su comunicación que cualquier otra actividad (http://www.altmetric.com/blog/altmetric-top-100-2014/).

 Es decir, que lo que parece interesar al público es lo más sorprendente, lo más sencillo de comprender, lo más relacionado con la propia condición humana, que es tanto como decir con las emociones. Y puesto que la ciencia no suele ser sencilla y deja pocos resquicios emocionales, se aleja de las grandes avenidas del interés público.


En la medida en que los responsables de los medios de comunicación se erigen en reinterpretadores de las noticias científicas con el bienintencionado fin de darles visibilidad, la ciencia permanecerá en el cajón de las noticias livianas, prescindibles, puede que curiosas, pero no relevantes.

Resulta paradójico, pero en pleno siglo xxi la ciencia impregna nuestra cotidianidad a través de innumerables conceptos y aplicaciones, pero está prácticamente ausente, cuando no proscrita, de nuestro conocimiento.