En la literatura actualmente disponible, los actores de la sociedad del conocimiento parecen designados con un cierto apriorismo. Gobiernos, instituciones públicas dedicadas a la investigación y la innovación, parecen dar por sentado que son ellos los jugadores de este campeonato. Sin embargo, esta visión resulta parcial y especialmente sesgada si se tiene en cuenta que ninguno de los actores citados ha conseguido convertirse en un modelo fidedigno de la sociedad que los ampara, no poseen información sobre el tejido social que subyace en la ciencia (un factor que se tiende a olvidar cuando no a menospreciar) ni poseen mecanismos para explicitar el valor social de la ciencia y crear el entorno adecuado para su desarrollo (las empresas requieren una consideración aparte).
Hay que insistir en que la ciencia no es el único pero sí el principal generador de conocimiento y son las organizaciones que surgen alrededor del desarrollo de la ciencia las que deberían exhibir una sensibilidad especial para con la sociedad, una sensibilidad capaz de aflorar primero y transferir después el modelo, aun inédito, sobre el que realmente se desarrollará la “sociedad del conocimiento”.
Los actores sociales de la ciencia son, por definición y mérito propio, las entidades, fundaciones, institutos, centros y grupos de investigación y de forma especial las organizaciones como las asociaciones y sociedades científicas (“de científicos”, deberíamos denominarlas con más propiedad).
Desde esa perspectiva, convertir las sociedades en nodos de la red por la que fluye la materia cognitiva, en atractores de talento y en gestores (y no meros representantes) del conocimiento que producen sus miembros componentes, pero también del conocimiento que genera la dinámica de la organización, ha de ser uno de los factores específicos y diferenciales entre la sociedad industrial y la sociedad del conocimiento.
lunes, 12 de marzo de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario