Más allá de las definiciones al uso, la complejidad es una propiedad característica de la realidad que habitamos, fácilmente identificable. Desde el Big Bang hasta hoy, los componentes del universo han seguido un proceso de agregación e interrelación con el resultado de que han ido surgiendo estructuras cada vez más definidas, de mayor tamaño, con propiedades inéditas y con mayor capacidad de agregación: de las partículas elementales a las moléculas, de los astros a las galaxias, de los microorganismos a los mamíferos, de las colonias a las sociedades.
Aunque los humanos somos grandes beneficiarios de la complejidad, nos mostramos intelectualmente reticentes a su aceptación. Seguimos acumulando información en una estrategia más apropiada para resistir que para progresar: ni la facilidad que nos proporciona la Red nos ha librado de esa inclinación. Mantenemos nuestras vivencias en compartimentos estancos, perfectamente diseñados y “apilados” en un orden de algún modo mnemotécnico, es decir, que lo memorizamos (y que nos angustia olvidar). Nos negamos a dejar fluir la información y mucho más a fluir nosotros mismos a través de la información. Es hora de que nos deshagamos de la metáfora de las piezas de "lego": resultan un buen sisitema de aprendizaje y uno de nuestros iconos culturales, pero son un pésimo relato de la realidad. De esa realidad compleja del enunciado.
Para transformar en conocimiento la información que adquirimos o generamos, debemos procesarla con todos sus componentes y significados, lo que equivaldría como mínimo, a elevar las piezas de lego a la categoría de contenedores, apilables, sí, pero conteniendo a su vez una estructura ordenada y puesta en valor. Los contenedores no son ni iguales ni intercambiables: tienen el valor de lo que contienen y las agregaciones que genera su acumulación no poseen un orden predecible: cambia continuamente al incorporarse nuevas elementos (contenedores en este caso). Por esa razón, su ordenación encierra un valor frecuentemente superior a la suma de los valores de las partes. Este conjunto de elementos, una metáfora de la complejidad, es a la vez una de las más acertadas descripciones del conocimiento. Porque en nuestra mente, complejidad y conocimiento se equiparan y comparten funcionalidad en el empeño de elaborar un model de la realidad que nos envuelve. Conocimiento es, por tanto, complejidad. Y viceversa.
martes, 27 de marzo de 2012
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